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| Y todavía la espero |
Era una tarde de esas de las que pretendo no acordarme,
con una cerveza en la mano para no perder la mala costumbre, estaba sentado en
mi lugar predilecto. Si, en ese lugar que ha venido a ser mi “locus amoenus” y
en el que grandes ideas surgen pero se ahogan entre alcohol, lágrimas y sueños
truncos. Pero entonces la vi, llegó de sabe un buen dios donde porque no la
había visto llegar por ninguno de los flancos. Se acercó a la barra sola, pidió
precisamente la misma cerveza que yo estaba tomando y se sentó cerca de donde
yo estaba. Nuestras miradas se cruzaron y de manera intuitiva nos miramos de
arriba abajo. Era hermosa, tan hermosa que me recriminaba no haberla notado
nunca antes. Me preguntaba de donde habría salido tal belleza, que no había
visto hasta ese momento.
Traía puestos unos pantalones azules de infarto y una
camisa blanca con diseños estridentes. Estaba completamente sola y pensé que
esperaba a alguien. Una belleza como ella no podía andar sola en un lugar como
ese por mucho tiempo, por tanto decidí esperar. Terminé mi cerveza y continué
observando, paso a paso cada movimiento metódico que ella hacía. Sus dedos
subiendo y bajando por el cuerpo de la cerveza como si ella intentara tentar mi
cordura. Esos dedos suaves y delicados que lucía sin hacer mayores ademanes.
Observaba sus ojos, esos ojos acaramelados que buscaban los míos cada cierto
tiempo, en una mirada furtiva de cazadora habilidosa midiendo su presa para
luego de un solo disparo atinarle al corazón. Sus labios, ese rosal prohibido
en la distancia que solo el más hábil de los jardineros puede cuidar, por
momentos flanqueados de sus blancos dientes que mordían su labio inferior. Y me
convencía a cada rato que ella no podía andar mucho tiempo sola.
Observé
que terminó su cerveza y nadie había llegado, ella no observaba la hora y se me
hacía extraño. Me levanté, fui a la barra y pagué una ronda para ambos. Le di
su botella y me senté a su lado. Una sonrisa se dibujó en su pálido rostro y en
el mío salpicaba la picardía. Tocó su pelo con la mano izquierda, solo eso pues
no tenía mucho. El teñido de sol me llamó la atención y solo comenté la frase
más estúpida que podía esbozar en ese momento: “Quien fuera jardinero para
cuidar de esa rosa”. Sentí arder por dentro, metí la pata me repetía. Pero su
sonrisa detuvo el pensamiento, supe que al menos le había robado una pequeña
carcajada y eso era bueno. La conversación se extendió hasta que me dio su
número y al oído me dijo su nombre… Evaki.
Cerré los ojos para fundirnos en uno de esos besos furtivos entre extraños y al abrirlos ya no estaba. Para mi sorpresa tenía una botella de cerveza
derramada sobre la mesa y varias personas a mi alrededor abanicándome y
poniendo gazas con alcohol frente a mi nariz. Pregunto dónde está ella y la describo
pero nadie me supo decir. Desde entonces paso cada rato libre en el mismo
lugar, esperando que un día de la nada, regrese y se siente a mi lado
nuevamente. Pero eso, no creo que suceda, al menos no por ahora.
