sábado, 22 de marzo de 2014

3 am



“Hostia, otra vez despierto a esta hora”, no le bastaba a la noche con hacerme la vida de cuadros para poder alcanzar los brazos de Morfeo. No, también debía hacerme despertar de golpe en medio del sueño. La almohada ya húmeda por la saliva que brotaba como alcantarilla destapada en alguna urbanización de San Juan, las sábanas pareciendo una extensión de la piel, que por el calor sofocante de la ciudad había decidido dejar tal y como el supremo creador la había designado, y la impropia lucecita roja parpadeante del despertador me hacían compañía en este instante maldito donde la mente corre y las ideas se esparcen por el aire. Despegué el rostro de la almohada para estudiar mi alrededor, por alguna razón sentía algo extraño en el aire, un olor distinto, no tan sutil como el de la lluvia que escuchaba chocando contra la ventana, tampoco tan fuerte como el del sudor que emanaba de mis poros. “¿Qué es ese olor? ¿Acaso es su perfume?” Cada vez se hacía más fuerte, penetrando por mis fosas nasales como tropas invasoras en el momento cumbre de la guerra.

Exploré la habitación y estaba tal y como la había dejado antes de cerrar los ojos y decidir luchar contra la noche y encontrar el sueño. Tomé la toalla y de puntas caminé hacia la sala. El olor se hacía cada vez más fuerte a medida que me acercaba a ese espacio común donde recibía las pocas visitas y donde tantas noches buenas tenían su inicio. Al acercarme pude percatarme de que mi primera intuición era la correcta, el 212 que Ella solía utilizar. “¿Cómo es posible? Ella no me visita desde aquella noche” ¿Sería posible, sería que Ella decidió darse la vuelta y no recordaba el suceso? Me parecía tan surreal que Dalí hubiese hecho una pintura genial basándose en mis pensamientos. No sería del todo descabellado, asumiendo que la noche fue de total locura por la punzada en la cabeza que hacía su aparición, fácilmente pude haberme encontrado con Ella y terminar aquí sin tener recuerdo alguno.

Seguí mi camino hacia la sala, con la feliz esperanza de encontrarme con Ella plácidamente dormida en el sofá. Seguía la tenue luz roja parpadeante a la distancia, su celular tal vez, era como mi estrella del norte, la guía hasta sus labios, labios en los que quería pasar noches enteras. Esos labios de los que ya no me quedaba más que el recuerdo de cómo los movía con sutileza tal que todo lo que de ellos emanaba era tan culto que mis oídos debían adaptarse a las rimbombantes palabras que soltaban. Continué caminando, de puntitas y despacio, no deseaba dar un mal paso y despertarla. Deseaba ver su hermoso cuerpo desnudo en total sobriedad una vez más, ese cuerpo que era el causante de varias desveladas húmedas y de mis deseos más viscerales. Movía un pie y luego el otro, marcando el rumbo que me señalaba la lucecita roja parpadeante.

Ya estaba suficientemente cerca como para sentir el olor del 212 dándome golpes en el rostro, me incliné para verla de frente para ver su rostro, realmente para verla desnuda nuevamente. Su cabello le cubría y la sábana que, al parecer, había colocado sobre Ella le protegía del frío. Me arrodillo para seguir sintiendo su olor antes de acercarme más a su piel, solo cubierta por esa fina sábana que había escogido en mi desmemoria. La lucecita seguía su parpadeo y un golpe húmedo hizo que saltara.


Eran las 3 de la mañana…. “¿Otra vez a esta hora?”