“Hostia,
otra vez despierto a esta hora”, no le bastaba a la noche con hacerme la vida
de cuadros para poder alcanzar los brazos de Morfeo. No, también debía hacerme despertar
de golpe en medio del sueño. La almohada ya húmeda por la saliva que brotaba
como alcantarilla destapada en alguna urbanización de San Juan, las sábanas
pareciendo una extensión de la piel, que por el calor sofocante de la ciudad
había decidido dejar tal y como el supremo creador la había designado, y la
impropia lucecita roja parpadeante del despertador me hacían compañía en este
instante maldito donde la mente corre y las ideas se esparcen por el aire.
Despegué el rostro de la almohada para estudiar mi alrededor, por alguna razón
sentía algo extraño en el aire, un olor distinto, no tan sutil como el de la
lluvia que escuchaba chocando contra la ventana, tampoco tan fuerte como el del
sudor que emanaba de mis poros. “¿Qué es ese olor? ¿Acaso es su perfume?” Cada
vez se hacía más fuerte, penetrando por mis fosas nasales como tropas invasoras
en el momento cumbre de la guerra.
Exploré la
habitación y estaba tal y como la había dejado antes de cerrar los ojos y
decidir luchar contra la noche y encontrar el sueño. Tomé la toalla y de puntas
caminé hacia la sala. El olor se hacía cada vez más fuerte a medida que me
acercaba a ese espacio común donde recibía las pocas visitas y donde tantas
noches buenas tenían su inicio. Al acercarme pude percatarme de que mi primera
intuición era la correcta, el 212 que Ella solía utilizar. “¿Cómo es posible?
Ella no me visita desde aquella noche” ¿Sería posible, sería que Ella decidió
darse la vuelta y no recordaba el suceso? Me parecía tan surreal que Dalí
hubiese hecho una pintura genial basándose en mis pensamientos. No sería del
todo descabellado, asumiendo que la noche fue de total locura por la punzada en
la cabeza que hacía su aparición, fácilmente pude haberme encontrado con Ella y
terminar aquí sin tener recuerdo alguno.
Seguí mi
camino hacia la sala, con la feliz esperanza de encontrarme con Ella plácidamente dormida en el sofá. Seguía la tenue luz roja parpadeante a la distancia, su
celular tal vez, era como mi estrella del norte, la guía hasta sus labios,
labios en los que quería pasar noches enteras. Esos labios de los que ya no me
quedaba más que el recuerdo de cómo los movía con sutileza tal que todo lo que
de ellos emanaba era tan culto que mis oídos debían adaptarse a las
rimbombantes palabras que soltaban. Continué caminando, de puntitas y despacio,
no deseaba dar un mal paso y despertarla. Deseaba ver su hermoso cuerpo desnudo
en total sobriedad una vez más, ese cuerpo que era el causante de varias
desveladas húmedas y de mis deseos más viscerales. Movía un pie y luego el
otro, marcando el rumbo que me señalaba la lucecita roja parpadeante.
Ya estaba
suficientemente cerca como para sentir el olor del 212 dándome golpes en el
rostro, me incliné para verla de frente para ver su rostro,
realmente para verla desnuda nuevamente. Su cabello le cubría y la sábana que,
al parecer, había colocado sobre Ella le protegía del frío. Me arrodillo para
seguir sintiendo su olor antes de acercarme más a su piel, solo cubierta por
esa fina sábana que había escogido en mi desmemoria. La lucecita seguía su
parpadeo y un golpe húmedo hizo que saltara.
Eran las 3
de la mañana…. “¿Otra vez a esta hora?”

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