miércoles, 26 de junio de 2013

Experimento literario

   
Por cada taza hay mil historias

     La música estaba en todo su apogeo, un sonido suave que te lleva a un trance, las cuerdas de una guitarra resonando en todo el establecimiento y la voz de un cantante diciendo “Quieren que hable… quieren que escupa…”. La suave brisa del campo entrando por la ventana, las risotadas de varios jóvenes que tanto suben como bajan en este lugar y las palabras alejadas de aquellos que entran y salen de la catedral del conocimiento que queda justo en frente de donde suelo pasar mis tardes. El olor del alcohol se mezcla con el olor de los libros y el olor de un café recién hecho. Chicos y chicas suben en trance camino a la barra para pedir aquello a lo que llamen “néctar de los dioses”, sea café o sea una buena cerveza. Todos se miran, todos me miran, ninguno hace ningún gesto pero sé que todos esperan que me mueva para atacar la mesa en la que estoy como pirañas hambrientas devorando su presa.

       Mientras todo ocurre yo sigo absorto en mi libreta, escribiendo, haciendo eso que me da el escape diario que tanto anhelo. Hoy, contrario a otros días, mis palabras no se transportan a la poesía, aunque muy bien podrían debido a la música. Hoy tengo otras cosas en la mente y por eso escribo, escribo para describir, para darle vida a una nueva persona, una que lleva días rondando mi mente. Su pelo castaño y su mechón rosa, su lunar en el centro del mentón, su tatuaje de coquí taíno justo detrás de la oreja izquierda, sus ojos color miel que son tan penetrantes como una espada medieval. Poco a poco toma vida esa persona que me ha tocado a la puerta. Sus gustos musicales ahora correspondidos por la música que me rodea “Todo pasa y todo queda… pero lo nuestro es pasar…”. Ella se quedó con mi mente y no he logrado darle vida, pero al menos sé cómo describirla.

       Me levanto dejando la libreta cerrada con el lápiz dentro, me dirijo a la barra a pedir otra cerveza de esas de Chicago llamadas “312” y regreso a mi puesto. Las miradas de pirañas cesaron y ya puedo estar tranquilo, sabiendo que mi puesto está seguro. Fue en ese momento que subió ella, una chica casi idéntica a Camila, acompañada de una chica color canela. El color sepia de la piel de esta chica me dio el tono de piel de mi Camila y así lo escribí. Fueron directo a la barra y contrario a mí, pidieron un café. Se sentaron en una esquina a esperar y pude seguir observando detalles de esta mujer. Como si el destino supiera mi pensar el sonido distintivo de la guitarra de Carlos Santana se quedó con el lugar y “Smooth” se apoderó de mi pensamiento. El movimiento ondulante del cuerpo de esta mujer me hipnotizó.

       Con cada movimiento de izquierda a derecha y de derecha a izquierda me transportaba a un sueño, como aquel de Evaki. Tan absorto de la realidad quedé, que no me percaté que había terminado la botella de cerveza y la llevé vacía a mi boca. La coloqué en un lado y me levanté nuevamente, caminando hacia la barra, cuidadosamente observando cada detalle de esta visión alcoholizada que creaba mi mente. Tan convencido estaba de que esta chica no podía existir que comencé a explorar detalles inexplorados de ella antes de que desapareciera. Su cabello corto y castaño, su cuello medianamente largo, su espalda bien puesta y sus brazos, sus piernas de atleta, todo eso fue tomando forma en mi mente a medida que me acercaba y pasaba por su lado. Su perfil me resultó más hermoso aún, su nariz resaltaba por encima de sus labios, su sonrisa se hacía visible y su mentón era como lo esperaba. Me detuve en la barra a pedir lo habitual y en ese tiempo pude, de reojo, tomar más detalles de esta chica. Sus ojos grandes y casi saltones se quedaron plasmados en mi mente, ese color marrón que observaba sin detenerme, sus labios pequeños pero sutilmente hermosos, con un color rosado suave, su nariz redondeada que reflejaba un tanto las raíces africanas con las que todo puertorriqueño cuenta, sus pómulos, en fin su rostro completo y su forma de mirar fueron lo necesario para apoderarse de mi persona. Me volteé para regresar y me percaté de algo que no me había fijado aún, su amiga ya no estaba.

       Ella estaba sola almorzando un plato de pasta hecha en casa y una botella de agua. “Por una de tus caricias yo soy capaz de dejarlo todo mi amor”, si Tommy Torres supiera que su canción sonó en un momento tan característico hubiese sonreído. Tomé aire y me acerqué a la chica, “Buen provecho”. Se volteó me plasmó una mirada fija en mis ojos y una sonrisa amplia. Sin duda alguna era Camila, Camila la de mi mente, Camila mi personaje, Camila a quien le había dado vida a penas unos minutos antes, Camila la que ahora me enamoraba la vida. El único problema era, que no era Camila y que estaba frente a mí y yo perdido en su mirada. Sonreí pues no supe gesticular más palabras que las que ya habían salido de mis cuerdas vocales.

       Siempre he dicho que las casualidades no existen y este era un caso en el que lo supe con certeza, no existen las casualidades. Tan así que Jarabe de Palo se apoderó del lugar en ese preciso momento “Te digo que Romeo y Julieta no eran de este planeta…”. Y lo que comenzó en escritura, se volvió palabra, de palabra se volvió imagen y de imagen pasó a ser tocado. Su presencia se quedó plasmada en mi mente y solo lamenté que al despedirnos sabía que a esta chica no la vería con facilidad en mucho tiempo. Cronos había hecho de las suyas nuevamente, al menos en esta ocasión me permitió completar a mi Camila y ver si puedo darle vida.

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