Comenzaré
por decirles que si el primero de enero del presente año me hubiesen dicho que
el 20 de septiembre estaría escribiendo sobre una película puertorriqueña
titulada “200 Cartas”, me hubiese reído en su rostro a carcajadas y les hubiese
dicho que estaban locos. Pero aquí estoy, a solo una hora y un par de minutos
de haber salido de la sala y de haber visto una de las mejores películas que he
disfrutado en el año. Debo decirles que antes de haber tenido la oportunidad de
ver el “tráiler” del largometraje, durante los previos a “The Wolverine” el
pasado agosto, no sabía nada acerca de esta producción del patio, ni siquiera
sabía que se había rodado una película puertorriqueña que no fuera llamada “Qué
Joyitas!”
Pero
también debo decirles que ese “tráiler” fue suficiente para captar mi atención
y hacerme desear el día del estreno de esta película para ir a verla. Estuve
todo un mes empujando en mi familia para que se animaran a ver la película, mi
hermana y mi madre, quienes me acompañaron, se dedicaron a leer cuanta reseña
salía en los periódicos sobre “200 Cartas”, por mi parte, no lo hice. Decidí
quedarme a “oscuras” y que la película misma me sorprendiera. No es que no
confíe en los críticos del patio, como Juanma y Mario, pero por esta ocasión
quería ir en blanco a una película, quería ser yo el crítico. Y debo decir que
cumplió con mis expectativas.
Para comenzar
la película inicia en “media res”, los dos personajes principales masculinos
corriendo en un campo. Pero luego se transporta a una semana antes de estos
hechos en Nueva York, con el personaje principal despertando, un aspirante a
artista gráfico y escritor de historietas, Raúl. Esta afición por las
historietas y sueños de convertirse en un exitoso artista serán claves en el
desarrollo de la trama y en el desarrollo de este personaje.
Cabe
destacar, de paso, que la película cuenta con un recurso bastante interesante
al incorporar elementos clásicos del cómic a la misma. El largometraje pasa de
ser una representación viviente a una representación dibujada, para luego
regresar a una viviente. Este recurso me pareció acertado debido, no solo, a la
afición de Raúl, si no a la eventual afición de Yolanda. El hecho también de
representar diversos lugares de la Isla y Nueva York de esta manera, resulta en
un refrescante efecto visual en el que el espectador puede ver la visión de un
artista diferente sobre espacios que han sido pintados o dibujados en
diferentes medios con anterioridad.
Junto con
el efecto de dibujo que presenta la película, también existe un elemento
fotográfico, en el que muchas escenas se pueden desprender y ser fotografías,
ejemplo de ello es la ya “clichosa” foto en “Cueva Ventana”, y otras tantas.
Aparte de las “fotografías” a lugares de interés turístico alrededor de la
Isla, también este largometraje hace un buen trabajo al fotografiar a sus
personajes, con esto me refiero a que cada personaje tiene unas características
físicas y psicológicas que los distinguen de los demás, características que
pueden ser observadas cuadro tras cuadro y se van expandiendo o minimizando,
dependiendo de la situación y la trama.
Es por esta
razón que cabe destacar el guion, toda gran obra tiene que tener una buena
trama, unos eventos que empujen para que otros sucedan. A veces este se torna
un poco simplista, pero cuando lo hace, no deja caer la trama. Cada personaje
tiene su lugar dentro del guion y no se ven forzados, presentan diferentes
situaciones que puedan suceder y aunque caen, por momentos, en situaciones que
se ven “marroneadas”, lo hace por explotar la comicidad que existe en el hecho
de que un puertorriqueño nacido y criado en Nueva York y un Mexicano visiten
Puerto Rico por primera vez en la búsqueda de una mujer de la cual solo conocen
el nombre. Si el guionista hubiese sido más aguzado le daba un nombre aun más
común a esta mujer. El nombre María Sánchez, para la causante de esta aventura
es suficientemente común, pero si querían jugar con el elemento cómico que el
hecho de solo conocer el nombre de este personaje traería, podían jugar con utilizar
como nombre: María Rivera o Rodríguez. En fin, donde el guion carece, las
actuaciones reponen.
Digo esto
porque Lin Manuel Miranda y Jaime Camil logran una química interesante al mostrar a los
dos personajes masculinos principales. Presentan justo lo que en mi imaginación
sería la amistad entre un puertorriqueño y un mexicano y un viaje que hagan
estos dos juntos. Jaime Camil, con su personaje de Juan, consigue dar un toque
de comicidad y ser el que muchas veces empuja a Raúl a hacer cosas que no se
atrevería a hacer. En contraparte a los personajes masculinos encontramos a
Dayanara Torres y Monica Steuer. Ambas representando a Yolanda y a Rebeca
respectivamente. Estos personajes femeninos juegan a ser el espejo de Juan y
Raúl, pues Rebeca es mexicana y Yolanda puertorriqueña. Esto presenta una
dinámica interesante y un juego de dobles bastante provocador. Las actuaciones
y la química lograda entre estos cuatro resulta refrescante y a la vez
cautivadora.
En general,
la película logró mi expectativa de ser entretenida y diferente. Logré
identificarme con el personaje de Raúl, el cual por momentos sentía que era yo
en la pantalla, pues tiene muchos miedos que comparto y temores que comparto.
Los otros personajes fueron presentados de manera extraordinaria en pantalla,
mientras presentaba elementos de la cotidianidad puertorriqueña que resultaron
en carcajadas del público presente, sin recurrir a chistes viejos, forzados o
de mal gusto. Las risas eran genuinas y hubo uno que otro comentario en la sala
de “es verdad hacemos eso”. El juego de diferentes situaciones como “los
boricuas siempre andan con un caldero de arroz”, en el momento en que aparece
el personaje de Juan Manuel Lebrón y les ofrece comida, o “si te volteas te dejan
el carro en cuatro bloques”; son cosas que le dieron al filme la comicidad
necesaria para cautivar a un público variado, que incluía personas mayores de
60 años y jóvenes de no más de 15 (quienes en un principio incomodaban por
mostrar cierta inmadurez).
En fin fue
una experiencia gratificante y revalidó mi decisión de no haber leído crítica
antes de entrar a la sala y disfrutar del largometraje. Me llenó de orgullo ver
como los puertorriqueños llenan las salas para verla y apoyar el buen cine
puertorriqueño, el cine que es capaz de mostrar lo que verdaderamente somos y
no algo chabacano con la sola intención de lograr dinero gastando poco, para
personas que su mayor talento es hablar de lo que no saben. Enhorabuena a los
creadores de esta película y espero seguir disfrutando de cine de buena calidad
hecho en Puerto Rico. Altamente recomendada.

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