miércoles, 11 de septiembre de 2013

Diario: entrada 1



La presentación de mi poesía fue como de costumbre, me senté en la tarima y con la mirada fija en lo que había escrito comencé a recitar las palabras que había escrito en desvelos anteriores. La había visto, estaba allí sentada, entre una multitud de personas que, más que personas, podían ser pirañas devorando una presa. Supe que no estaba cómoda y obviando mi usual rutina, me levanté y así, parado en la tarima, con la fuerza que me brindan las palabras, la observé y con la usual voz recité uno de esos poemas que guardaba para mí:

Andamos en esta vida sin conocer rumbo
están quienes el paseo se disfrutan
y también quienes por la prisa dejan ir todo
andamos en esta vida tratando de encontrarnos
buscando conocer de lo que guardamos cada secreto
aprender en la marcha, para eso andamos
caminamos sin saber quién nos acompañará
sabiendo que el mar no es la última frontera
y que después del cielo está el espacio
andamos en esta vida buscando quien nos de la mano
para con ese impulso llegar más allá de las estrellas
y tener con quien platicar en las noches largas
caminamos de manera solitaria, pero siempre en espera
buscando encontrar otro caminante errante que nos acompañe
andábamos aparte y nos separamos
fue la vida quien se empeñó en el camino cruzarnos
y es ahora que creo con firmeza en lo que dijo Cortázar
“Andábamos sin buscarnos pero sabiendo que andábamos para encontrarnos”

Sus ojos se encendieron al escuchar esa última frase y de la tarima bajé. Observé tu contoneo al salir del grupo que le abacoraban y dirigirse al baño. Y yo caminé hacia la barra, el bartender ya me conocía, sabía de mis andadas y a él le comenté: “Está aquí.” Me miró, mientras secaba un vaso, con una cara de complicidad que quería decir más de lo que las palabras podían pretender decir. Siempre fui incapaz de dirigirme directamente a alguien sin sonar como todo un imbécil y quedar como estúpido; pero en realidad sentía una atracción fatal hacia ella. Fatal pues sé que al conocerla la vida como la conozco terminará. Volteo mi rostro para ver en dónde se encontraba, aun no salía de su pausa. Vuelvo y miro al bartender y este me dice con cara de amigo consejero y cómplice en las fechorías: “Te tiene loco, eh!” Bajo mi rostro y observo las rendijas que tiene la barra antes de decirle, con una sonrisa dibujada en mi rostro: “Hermano, no tienes ni la más mínima idea.”

Fue en ese momento que a mi amigo el “poet-tender”, como se hacía llamar pues era poeta y bartender, se le ocurrió entregarle una libretita con todos los poemas recitados esa noche. Al fin y al cabo, todos los poetas habían escrito los suyos en una libreta común a petición de quién organizó el encuentro. Escribí los míos y me dijo él: “Escribe algo corto al final.” Decidí en contra de ello, llovía y tenía fe de que tal y como la encontré esta noche aquí, la encontraría nuevamente en la ciudad a la que desde hace poco llamo hogar. Así que la táctica estaba trazada. Obviamente, no sería el ejecutor, fue por obra divina que Jota se me acercó y me preguntó que hacía. Le dije: “¿Viste a la mujer que estaba con ese grupo de personas de ahí?” Con la cabeza me dijo que sí, entonces le conté sobre la estrategia y con su habitual sonrisa pícara me dijo: “Oye, Lance, papá… te tiene de cabeza si vas a hacer esto. Pero, vamo’ a hacerlo.” Jota hizo su movimiento, justo cuando ella salía se la encontró y le entregó el librito, bajo el pretexto de que estaban entregando uno a cada quien que se encontraban, la realidad, era solo a ella.

Regresó con su grupo y luego salió del recinto. Jota regresó a la barra junto a mí y al “poet-tender” y conversamos un rato más. Miré a Jota y le dije nervioso: “¿Crees que funcione, que la vuelva a encontrar?” Jota nuevamente me dio su media sonrisa y me dijo con el mismo tono de seguridad con el que recita sus poemas: “¡Claro!” Respiré profundo y les dije a ambos: “La táctica fue trazada… ahora a ver si mi estrategia rinde frutos. ¡Ay Benedetti! Dame la mano desde allá arriba.”

De eso van par de días y con esta lluvia no he podido darme la vuelta más por el café dónde por primera vez la vi. No sé si me leyó, no sé si lo perdió, no sé nada de ella, pero de algo tengo total certeza, esa mujer me ha volado la cabeza.

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