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| "Gala"-Salvador Dalí |
Observaba
el papel con esmero tal que hasta el más inculto diría que se acercaba la mayor
de las tormentas que su mente podría crear. Empuñaba el lápiz y fuertemente
presionaba el carbón sobre la blancura del textil, para luego levantarlo
dejando simplemente la impresión de un tenue punto. El proceso se repetía con
cada minuto que pasaba, asomaba la vista por la ventana que daba hacia la casa
vecina y luego al folio, así sucesivamente por las siguientes dos horas.
Siempre dejando una impresión más profunda del mismo punto carbonáceo, no
dejaba un trazo, no había una letra, pero si flotaban muchas ideas.
Al cabo de
esas dos horas se levantó del asiento, caminó hacia la ventana y fue entonces
cuando la vio. Sus negros cabellos cayendo de manera ondulante por su cuello,
cual cascada que se desbarracaba por unos aliriados peñascos. Su piel arropada
de estrellas, sus ojos profundamente flechados en un punto exacto del espejo en
su tocador. Soltó su blusa dejándola caer descuidadamente. Estaba él absorto en
la imagen, ¿cómo era posible que nunca hubiese visto tal creación? ¿Cómo
alguien como él había pasado por alto tal visión? Siguió observando, como un
niño travieso que espera ver el resultado de su más reciente travesura. Cuando
ella se volteaba, él se ocultaba, cuando ella regresaba al tocador, él se
asomaba. Así hasta que ella se hubo despojado de todas sus vestiduras.
Entonces
fue que la tuvo de frente, enmarcada por su ventana, la más bella obra de arte
que sus ojos habían podido crear jamás. Su piel marcada de estrellas, sus
negros cabellos bajando en cascada por su cuello y sus ojos ahora fijos en la
ventana contraria; sonrió y se ocultó. Por su parte él tomó el lápiz y comenzó
a escribir lo que primero llegara a su mente.
La suave
brisa hacía que las cortinas de su alcoba se levantaran hasta rozar su rostro.
Con un movimiento abrupto levantó el rostro descubriendo el papel lleno de
puntos carbonáceos frente a sí, sin más acompañantes que un lápiz quebrado y
una vista cansada. Creyó escuchar el estruendo de un camión alejarse de la
calle adjunta a su habitación y al levantarse para observar qué ocurría pudo
ver una piel y unos cabellos extrañamente familiares, ella volteó para internalizar
su entorno y al descubrirle en la ventana le dirigió una tímida sonrisa en la
que él se reconoció. Desde entonces aguarda todas las tardes, cuando la suave
brisa agita sus cortinas, frente a la ventana, esperando tener un vistazo de
esa piel bañada de estrellas y de esa obra maestra de la que no podía borrar la
impresión.

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