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| No es precisamente el lugar, pero algo así fue |
La miraba, era un impulso que sentía cada vez que la veía sentada en el mismo rincón de la misma cafetería en una rutina diaria digna del científico más perfeccionista. Su cabello, su sonrisa, su mirada abstraída del mundo, todo me hacía señales de humo. Esa mujer, esa mujer era la musa que tanto le pedí a los dioses. Hoy, no fue la excepción, la miraba fijamente desde las afueras, ella sin saber que la observaba se mantenía dentro de su rutina, decidí romperla. Entré a la cafetería, sin fijarme mucho en su nombre, tomé asiento en una posición en la que sus ojos podrían cruzarse con los míos sin mucho esfuerzo. Mi gorra verde de corte militar, mi camisa desgastada, estos mahones que dejaban ver cuánto he vivido y mi calzado deportivo color marrón; no eran el mejor atuendo posible para este deseado encuentro forzado, pero era todo lo que tenía al momento.
Vi al mesero acercarse a su mesa y decirle algo al oído, luego de entregarle un café mañanero. Ella titubeó y trató de no mirar pero se sabía que alguien me había ganado en la partida, tenía que ser aquel hombre de buen porte sentado en posición perpendicular a ella. ¡Mierda! Tantas veces la vi en el mismo lugar y no hice nada, pero hoy, hoy que decido dar un salto de fe, tiene que venir este yupi a ganarme en la carrera. Me desairé, tomé un respiro y saqué mi libreta. El mesero llegó a mi mesa y me hizo la pregunta de rigor: “¿Qué se le ofrece?” Era obvio, mi atuendo no era el que se esperaba en un lugar de este tipo a estas horas, pero que podía hacer, sin mediar mucho le dije: “Un café no estaría nada mal.” El mesero sonrió y siguió, aparentemente a llevar a cabo mi orden. Seguí observándole mientras desayunaba con ese yupi. Sus cascada de cabellos bordeando su cuello, su sonrisa, su voz. Todo lo registraba, el mesero llegó con mi café y me preguntó: “¿Usted escribe?” Mirándole y sonriendo le dije: “Si, también escribo”.
Sin preguntarme el mesero tomó asiento y me dijo: “¿Qué género escribe usted? Tenemos una cliente asidua que es escritora, aquí entre nos, anda trabajando en una novela”. Quedé sorprendido, no podía ser que yo estuviese observando a la misma mujer de quien este mesero me hablaba. Al final me limité solo a contestar su pregunta: “Escribo poesía, de hecho esta noche tengo una presentación en La Respuesta.” El mesero quedó intrigado y me continuó hablando: “Un poeta, eso es difícil de hacer.” Su expresión era algo que había oído varias veces ya, pero por seguir la conversación le dije: “No es tan difícil, es sólo cuestión de querer hacerlo. Me llaman Lance, por cierto.” El extendió su mano y muy sonriente me dijo: “Me llamo Ángel, espero seguir viéndote por ahí.” Se levantó y antes de retirarse me dijo: “Espero que disfrute su café.” Sonreí y los vi salir, creo que este café será el más amargo que he probado en mi vida.

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