Me acuesto
escuchando de tus rojos y suaves labios el sonido blando de un poema de
Benedetti. Observando tus ojos de miel, moviendo de parte y parte para dar
lectura a lo que tus labios sueltan. Tus manos siguiendo cada letra escrita por
el maestro, tus piernas estiradas entre las mías. Tus cabellos sobre mi pecho,
recostados y usándome como tu almohada de lectura preferida. Observo tu rostro
con sus sutiles pecas sobre esos pómulos redondos que tienes que me hacen
sonreír sin razón alguna. Y tu voz melodiosa pasa de un maestro a otro, de
Benedetti pasas a Neruda y continúas con el mismo ímpetu y deseo de leerme cada
poema que te encanta.
Bajo mis
manos por tus costados, rozando tu piel desnuda junto a la mía, tus pechos, tu
vientre, tu ombligo, llegando suavemente a los muslos que tienes junto a los
míos. De dos personas que fuimos, luego de esta noche somos uno. Y sentados
juntos sigues leyendo, con tu acento de boricua, tus pausas diferentes a las
mías, pero aun queriendo demostrar que no soy el único que conoce de
literatura. De Neruda pasas a Octavio Paz y con esa misma paz continúas tu
lectura. Mis oídos se deleitan con el suave sonido de tu voz y mis ojos se
apegan en el reflejo de tu cuerpo en el espejo de enfrente. Tu cama ha
resultado el santuario más perfecto para la lectura, tu lectura. Mi cuerpo y tu
cuerpo se unen en un momento exacto, raro, eterno. Rodeados de libros, de
poesía, de escritos y de papeles sueltos fuimos extraños juntos y fuimos uno.
Rodeados de libros, de poesía, de escritos y de papeles sueltos, leíste para
mí.
Tu táctica
fue perfecta, me atrajiste aquí y con tus palabras, las de ellos, te quedaste
en mí. Quisiste quedarte en mi mente y lo has logrado, no con sexo, si no con
palabras, con versos. Tus versos, sus versos. Tu voz, su voz, todo habla en ti.
Tu reflejo y el mío mostrando la unidad de dos seres que alguna vez fueron
extraños pero que la literatura unió. Eres tú, eres tú, aquella que de niña vi,
aquella que de mujer quiero y que ahora a mi lado tengo. De Octavio Paz pasas a
Bécquer y sus golondrinas. La luz de la luna se nos mete por la ventana y la
noche nos cubre con su manto. Pronto será de mañana y veré el primer amanecer
contigo, con tus pechos, con tus piernas, con tus brazos, con tus manos, con
tus ojos, con tus labios. Y volamos, volamos con las golondrinas y en conjunto.
Y al final de tu lectura, me miraste con esos ojos de miel y con esos labios me
besaste y te dije una frase de una canción que hace mucho que no escucho… “Es
que nadie como tú me sabe hacer café”.
Lo hermoso del español es lo rico y extenso en vocabulario. Utilízalo.
ResponderEliminar