La presentación de mi poesía fue como de costumbre, me
senté en la tarima y con la mirada fija en lo que había escrito comencé a
recitar las palabras que había escrito en desvelos anteriores. La había visto,
estaba allí sentada, entre una multitud de personas que, más que personas,
podían ser pirañas devorando una presa. Supe que no estaba cómoda y obviando mi
usual rutina, me levanté y así, parado en la tarima, con la fuerza que me
brindan las palabras, la observé y con la usual voz recité uno de esos poemas
que guardaba para mí:
Andamos en
esta vida sin conocer rumbo
están quienes
el paseo se disfrutan
y también
quienes por la prisa dejan ir todo
andamos en
esta vida tratando de encontrarnos
buscando
conocer de lo que guardamos cada secreto
aprender en
la marcha, para eso andamos
caminamos sin
saber quién nos acompañará
sabiendo que
el mar no es la última frontera
y que después
del cielo está el espacio
andamos en
esta vida buscando quien nos de la mano
para con ese
impulso llegar más allá de las estrellas
y tener con
quien platicar en las noches largas
caminamos de
manera solitaria, pero siempre en espera
buscando
encontrar otro caminante errante que nos acompañe
andábamos
aparte y nos separamos
fue la vida
quien se empeñó en el camino cruzarnos
y es ahora
que creo con firmeza en lo que dijo Cortázar
“Andábamos
sin buscarnos pero sabiendo que andábamos para encontrarnos”
Sus ojos se encendieron al escuchar esa última frase y
de la tarima bajé. Observé tu contoneo al salir del grupo que le abacoraban y
dirigirse al baño. Y yo caminé hacia la barra, el bartender ya me conocía,
sabía de mis andadas y a él le comenté: “Está aquí.” Me miró, mientras secaba
un vaso, con una cara de complicidad que quería decir más de lo que las palabras
podían pretender decir. Siempre fui incapaz de dirigirme directamente a alguien
sin sonar como todo un imbécil y quedar como estúpido; pero en realidad sentía
una atracción fatal hacia ella. Fatal pues sé que al conocerla la vida como la
conozco terminará. Volteo mi rostro para ver en dónde se encontraba, aun no
salía de su pausa. Vuelvo y miro al bartender y este me dice con cara de amigo
consejero y cómplice en las fechorías: “Te tiene loco, eh!” Bajo mi rostro y
observo las rendijas que tiene la barra antes de decirle, con una sonrisa
dibujada en mi rostro: “Hermano, no tienes ni la más mínima idea.”
Fue en ese momento que a mi amigo el “poet-tender”,
como se hacía llamar pues era poeta y bartender, se le ocurrió entregarle una
libretita con todos los poemas recitados esa noche. Al fin y al cabo, todos los
poetas habían escrito los suyos en una libreta común a petición de quién
organizó el encuentro. Escribí los míos y me dijo él: “Escribe algo corto al
final.” Decidí en contra de ello, llovía y tenía fe de que tal y como la
encontré esta noche aquí, la encontraría nuevamente en la ciudad a la que desde
hace poco llamo hogar. Así que la táctica estaba trazada. Obviamente, no sería
el ejecutor, fue por obra divina que Jota se me acercó y me preguntó que hacía.
Le dije: “¿Viste a la mujer que estaba con ese grupo de personas de ahí?” Con
la cabeza me dijo que sí, entonces le conté sobre la estrategia y con su
habitual sonrisa pícara me dijo: “Oye, Lance, papá… te tiene de cabeza si vas a
hacer esto. Pero, vamo’ a hacerlo.” Jota hizo su movimiento, justo cuando ella
salía se la encontró y le entregó el librito, bajo el pretexto de que estaban
entregando uno a cada quien que se encontraban, la realidad, era solo a ella.
Regresó con su grupo y luego salió del recinto. Jota
regresó a la barra junto a mí y al “poet-tender” y conversamos un rato más.
Miré a Jota y le dije nervioso: “¿Crees que funcione, que la vuelva a
encontrar?” Jota nuevamente me dio su media sonrisa y me dijo con el mismo tono
de seguridad con el que recita sus poemas: “¡Claro!” Respiré profundo y les
dije a ambos: “La táctica fue trazada… ahora a ver si mi estrategia rinde
frutos. ¡Ay Benedetti! Dame la mano desde allá arriba.”
De eso van par de días y con esta lluvia no he podido
darme la vuelta más por el café dónde por primera vez la vi. No sé si me leyó,
no sé si lo perdió, no sé nada de ella, pero de algo tengo total certeza, esa
mujer me ha volado la cabeza.